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La concepción del horror.

La concepción del horror. ¿Sabíais que el lugar descrito como infierno por Dante Alighieri, en su obra La divina comedia, realmente existe?
En la obra, de la mano del poeta Virgilio, Dante se adentra en las profundidades del infierno a través de una cueva en mitad de un bosque. Aquel, según Dante, es el más tenebroso de los lugares. El sufrimiento ignora las oraciones y la carne huele a quemado eternamente, carne quemada pero conservando el dolor.
En realidad, aquel paisaje "dantesco" tan horrible está basado en una cueva, la cueva de Adelsberg, en Eslovenia.
Sin embargo para los geólogos y los espeleólogos aquella cueva es un santuario de poética belleza. Una muestra del arte Karstico natural. Rocas esculpidas tras miles de años de corrientes de agua, santuarios de tranquilidad y quietud, caprichosas formas. Pero sin duda hay que reconocer que las grandes cuevas subterráneas poseen una belleza tenebrosa.
Séneca contaba la historia de un grupo de aventureros griegos que osaron explorar las cavernas subterráneas para buscar plata. Dice de ellos que "vieron enormes y furiosos ríos, y vastos lagos tranquilos, espectáculos propios para hacerles temblar de horror. La tierra pendía por encima de sus cabezas y los vientos silbaban en las sombras. En la profundidad, espantosos ríos conducían a ninguna parte en la perpetua y extraña noche". ¿qué fue de esos mineros, qué paso después?. Sigue contando Séneca, que "desde que regresaron a la superficie, los mineros viven aterrados por haber desafiado los fuegos del infierno".

Torrentes descontrolados, lagos misteriosos, rocas de caprichosas formas, lanzas colgando del techo, gárgolas hechas de estalactitas...
¿Es algo hermoso o es alto horrendo?
Lo que si es cierto es que es intrigante, misterioso, curioso; y por todo esto bello. Porque la belleza en nada contradice al terror, a veces ni siquiera al dolor. Lo horrendo es el miedo que sentimos en nuestras casas, resguardados, porque si estuviésemos allí, a cientos de metros bajo tierra, en un lago cristalino entre bóvedas de ámbar, nuestro asombro nos abstraería de cualquier pensamiento y ni sentiríamos miedo ni cansancio.

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