Tres caras para cada historia
Cuando lo tienes todo tienes mucho que perder, pero si no tienes nada no significa que no puedas caer más bajo; esa es una de las razones por las que siempre habrá dos mundos: el primero y el tercero.
No se donde quedó el segundo mundo. Posiblemente en medio de todo esté la gente que ha dejado de tener en algún momento.
En mayor o menor medida todos nos creamos nuestro propio mundo. Nos rodeamos de la gente que creemos que encaja en él y vamos por ahí lo mejor que sabemos. A veces no acertamos a la primera, decimos o hacemos cosas que no debemos y no sabemos disculparnos a tiempo y esperamos que sean comprensivos con nosotros.
Aunque creas que estás protegido necesitas suerte, porque de vez en cuando te sientes bombardeado y no tienes más remedio que buscar otro sitio y pasar página.
Algunas personas pierden y rondan, con mejor o peor fortuna, por donde les dejan. Esos viajeros forman el segundo mundo. A medio camino entre la mediocridad y la bohemia. Unos no encajan en ningún sitio; caminan y caminan, se dedican a navegar por lagunas frías de la memoria de quien les conoció algún día y prácticamente pierden su identidad pasando a ser cuchicheos de cafetería. Otros, los menos, rechazan formar parte de cualquier mundo recordando que no merece la pena tener durante un tiempo para volver a perder sin darse cuenta de que día a día se van quedando más solos e inútiles. Queman su poco dinero en alcohol, orgías y drogas y cada vez que les quieren rescatar no se dejan ayudar.
El segundo mundo es como una drogadicción, un trance. Para algunos transitorio y para otros permanente. Es difícil saber cuanto tiempo te quedarás en el.
Mucha gente cuando está cerca del límite ve como única solución retroceder: bien pedir perdón o bien suplicar. Pero cuando eso falla, es cuando vienen las desgracias.
No se donde quedó el segundo mundo. Posiblemente en medio de todo esté la gente que ha dejado de tener en algún momento.
En mayor o menor medida todos nos creamos nuestro propio mundo. Nos rodeamos de la gente que creemos que encaja en él y vamos por ahí lo mejor que sabemos. A veces no acertamos a la primera, decimos o hacemos cosas que no debemos y no sabemos disculparnos a tiempo y esperamos que sean comprensivos con nosotros.
Aunque creas que estás protegido necesitas suerte, porque de vez en cuando te sientes bombardeado y no tienes más remedio que buscar otro sitio y pasar página.
Algunas personas pierden y rondan, con mejor o peor fortuna, por donde les dejan. Esos viajeros forman el segundo mundo. A medio camino entre la mediocridad y la bohemia. Unos no encajan en ningún sitio; caminan y caminan, se dedican a navegar por lagunas frías de la memoria de quien les conoció algún día y prácticamente pierden su identidad pasando a ser cuchicheos de cafetería. Otros, los menos, rechazan formar parte de cualquier mundo recordando que no merece la pena tener durante un tiempo para volver a perder sin darse cuenta de que día a día se van quedando más solos e inútiles. Queman su poco dinero en alcohol, orgías y drogas y cada vez que les quieren rescatar no se dejan ayudar.
El segundo mundo es como una drogadicción, un trance. Para algunos transitorio y para otros permanente. Es difícil saber cuanto tiempo te quedarás en el.
Mucha gente cuando está cerca del límite ve como única solución retroceder: bien pedir perdón o bien suplicar. Pero cuando eso falla, es cuando vienen las desgracias.
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